jueves
#100 Camino a Casa.
Como muchas cosas, esto empieza con una fila, con un trámite. Es viernes, yo no tengo clases y en lugar de ir con una chica increíble, decido ir a formarme para obtener mi credencial de elector. ¿Estoy loco? Si alguna ves has leído alguna otra cosa escrita por mi, seguramente sabrás que la respuesta es si.
Veo poca gente. “Quizá si pueda verla después de todo” le digo a mi inconsciente. Es tonto de mi parte a veces ser tan crédulo, tan inocente, creer que un milagro todavía le puede ocurrir a un alma como la mía que a negado de toda religión. Pues no son ni una ni dos ni tres horas las que estoy esperando en aquel lugar, son cuatro horas las que, afortunadamente estuve esperando bajo la sombra del mismo edificio viejo, sucio y sin ventanas que rodea la fila.
No fue tan malo, pude leer bastante de este libro que se esta convirtiendo en una biblia mas para mi, me refiero a la psicomagia de Jodorowsky. Van 10 luego 20 y de repente ya son 50 páginas las que devoro con mi perversa mirada.
Al llegar a la sala de espera, es decir, la habitación donde en lugar de estar parado, estas cómodamente sentado en un par de sillas de plástico sacadas de alguna tienda de alquiler para fiestas.
Desde que llegue a la fila, me había percatado de la presencia de una chica que no dejaba de mirarme, no le di importancia, pero fue durante la sala de espera donde le tome mayor atención: Estaba llorando. No sé ni sabre nunca la razón de su llanto, pero al menos se ha ganado mi admiración, pues cuando yo quiero llorar, no dejo que nadie me vea hacerlo y lo único que puedo hacer es entrar al mundo onírico de mí ser.
Me toman fotos, huellas digitales, creo una de las peores firmas existentes del mundo, entrego documentos. Todo es tan rápido e imagino el por que de la demora. Después de mí, solo atienden a otras 10 o 15 personas.
Salgo a toda velocidad. Sería una falta de respeto para la chica especial que le llamara a estas alturas. También es imposible juntar a mis amigos para ir al billar, además tengo bastante hambre y quiero ir al baño. Caminar o tomar el trasporte. Ahora acepto que soy pobre y que hace tanto que no camino a la luz del sol. Prefiero tomar el camino largo pero hermoso, siempre me lo he preferido así. Doblo en la gran avenida que llega hasta la otra avenida donde se encuentra mi casa.
Veo en medio de la avenida y dos héroes me llaman a ir por ese lugar. Mejor, es mucho mejor caminar sobre el suave pasto que sobre el cruel asfalto o el odioso cemento. Me pregunto el por que estos dos héroes están en el mismo monumento, me pregunto si no he confundido yo a los dos héroes y en realidad son dos amigos anónimos, que representan una sociedad que ha sanado sus heridas y rencores, que ha olvidado aquello tan malo que le paso. Espero que sea lo segundo por que, todos merecemos olvidar, solo si es para curar las heridas. Dicen que la historia es para recordar nuestro pasado, recordar de donde vivimos, pero parece que nos la enseñan para prolongar el rencor, la ira que nos ata a este tan pequeño y maldito mundo.
Pero el camino sigue. Veo de pronto, un árbol caído, es imposible tratar de evitar el sacar una lágrima. No se puede soportar ver a un árbol muerto, no es peor que ver a cualquier animal putrefacto. Él no tiene la culpa: nos da todo de si, purifica nuestros errores, nos da descanso del temperamental clima y cuida de nosotros, siempre y nosotros los tiramos para construir casas, para hacer leña, para matar nuestros hogares. Y a este, lo tiramos por que no deja que nuestros cables pasen, por que no deja que nuestra agua transite por las tuberías, por que tienen que hacer más grande al asfalto. Pobre de él, que culpa tiene, a quien mato para que le den la pena máxima, esa pena que nos hace encogernos de hombros y mirar a otra parte, pena que es el resultado de una sociedad cada día más antinatural. ¿Qué otro ser vivo, mata a sus semejantes por un robo?
Si esto, es ser un humano, prefiero ser un animal, un vegetal, un microbio o cualquier otra cosa.
Ya pasaron más de 20 minutos desde que deje el modulo burocrático. El camino central de la gran avenida esta ocupado por una reja que protege a una especie de estacionamiento perverso que asemeja a una vieja casa de brujas. Me es interesante encontrar un lugar así, después de tener a una avenida tan bien conservada, digna de una paso real, y después de unos cuantos metros, se vuelva lugar de brujas, ladrones, asaltantes y coladeras. Con pequeños y reducidos espacios donde solo los valientes se aventuran a meterse y manejar hacia mejores zonas donde vivir.
Luego de esa inhóspita y olorosa zona, vuelvo en medio de la avenida. Es difícil de distinguir, pero aquello que se ve, son enormes hormigas rojas. Miles de millones, tardaría una vida en contarlas todas. Creo que son hermosas, pese a que tratan de entrar a mis zapatos y subir por mi ropa cual vil violador. Son hermosas, por que pueden sobrevivir a inundaciones, a sequías, a peligros tóxicos y lupas controladas por niños tan viles como el propio diablo. Y no solo sobreviven, viven y no se quejan, trabajan y no se pelan, no matan, no roban. Una utopia en nuestras propias narices.
Siempre me han dado miedo los perros, pero éste, éste en especial me da lástima. Amarrado, solitario. Sin alma que resé por él.
Cuanto tiempo llevara ahí, no lo sé, pero seguro a sido mucho. No sé como viva, ni como termine, solo espero que salga de ahí.
Recuerdo cuando niño, iba diario a jugar, si no era al parque, con alguno de mis primos. Siempre había algo que hacer, todo en la casa o el parque o el deportivo era un juguete, así fuera la computadora o la flauta incluso las bolsas de plástico o las barajas de los tíos, siempre usábamos algo para jugar, pero nunca eran usadas como otros lo hacían. Es decir, las barajas eran cartas de tarot que usábamos para combatir entre nosotros o contra las fuerzas del mal.
Pero maduras, creces y te son prohibidas estas cosas por la sociedad. Las cartas solo son cartas para jugar póker. Las flautas son flautas y no espadas. Ahora veo los juego tan lejanos, me divierto con ecuaciones y programas en C, todo cambia, sea para bien o para mal.
Falta poco, y con el progreso de la cantidad de pasos me doy cuenta que el progreso de la cantidad de civilización también se da en esta nueva caminata. Las pequeñas tiendas se vuelven gigantes, de enormes garras, de publicidad brillante. ¿Hay futuro en eso? No soy nadie para decir algo ni soy quien para juzgarlo, solo lo veo venir, lento.
Y seguimos progresando, pero con los mismos pasos, con las mismas casas que caen durante los terremotos, las mismas jaulas de roca oscura y fría. Pienso que nunca cambiaremos, al menos no para mal.
Finalmente, a una cuadra de mi hogar, me encuentro con nuestra basura, nuestros hijos, el producto de una vida civilizada y trabajadora. Si somos país democrático y representativo, esta es la mayoría, esto es lo que nos representa. Se necesita algo más para aceptarlo, todas las calles, todas las avenidas y ríos se ven así. Esas son nuestras venas y arterias, nuestras casas, nuestras familias, nosotros. No por nada habemos cientos, quizá miles de personas igual de pesimistas.
Llegue a casa, no importa que tanta mierda haya sonado en mi cabeza, llegue a casa y eso es lo que realmente importa: ahora puedo comer e ir al baño
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