jueves

Veridicas Memorias De Un Casanova #1

Capitulo 1: El examen y la espalda

En ese momento me pregunte el tipo de Diosa que se encontraba a tres bancas de mí. Tenía que realizar un examen que determinaría que tan mala era la escuela a la que asistirá por los siguientes tres años y me encontraba en un pueblo en el que nunca había estado más de 10 minutos en toda mi vida, a dos horas de lo más cercano a un hogar que había tenido hasta ese momento. Y la verdad todo eso era absurdo, ella estaba ahí… al menos su espalda.

No, nunca le vi su cara, no ese día, pero su espalda, mucho más delgada que todas las demás que había visto hacía un par de horas, la forma de su cabeza y el modo en que su cabello quebrado me indicaban que “algo” tenía aquel ser de mis ojos que haría un poco menos desagradable mi estancia en ese pozo en la cima del mundo.

Y había otro pequeño detalle. El examen empezaba a las 8 de la mañana, yo vivía a dos horas del lugar y llegue antes de la hora y en general ese lugar parecía lleno de gente puntual por que no tardo más de dos minutos en llenarse el salón de gente de mi misma edad pero con una extraña baja estatura que no alcanzaba a concebir que realmente tuviéramos la misma edad. Sin embargo ella llego 30 minutos tarde y algo me decía que quedaría en el mismo lugar que yo, que no podía ser una idiota como el resto de los concursantes y quedaría en la misma escuela que yo, en el mismo salón, en el mismo equipo… en la misma casa.

Pero demonios, no era el momento para pensar en eso, no era el momento para idealizar un mundo fantástico y utópico donde ella era una princesa montando un unicornio rosado que es escoltado por duendecillos bailarines. NO. Este era el momento para responder si las abejas eran a los panales como las hormigas a los hormigueros o si la sexta cifra de la secuencia de Fibonacci era 5, si se pueden dibujar todos los países del mundo con solo 5 colores de tal modo que ningún país de un color tenga frontera con otro del mismo color.

El examen era muy básico en realidad: 72 preguntas de tres incisos en su mayoría de Español y matemáticas, nada que no hubiera hecho antes… pero nunca lo había hecho con una distracción de tal magnitud, por lo que decidí reunir mi intelecto y concentrarme en la hoja de papel que tenía enfrente.

Volteé a la ventana. Un pequeño bosquecillo que le hacía de patio a la enorme escuela… aunque en realidad eran más patios que salones.

Una pregunta más… estaba terminando el examen antes que todos. Inciso A. respiro satisfecho. Volteo la hoja para revisar que las respuestas coincidían. Entonces alguien más se levanta, entrega la hoja y sale del salón sin decir nada. Es fácil adivinar que se trata de ella.

Corro, entrego mi examen. Quiero ver su rostro pero el rostro de una vieja maestra, seguramente de ética, me dice que no tiene nombre el examen. El salón de rostros frustrados comienza a reír agotando la poca paciencia que les pudiera tener. El nombre no es muy largo y lo escribo veloz. Corro al pasillo, luego a las escaleras. Un terrible sonido despierta la curiosidad de maestros y alumnos: es el sonido de mi frente golpeando el piso. Unos centímetros más a la derecha y no tendría ojos para escribir esto.

Ignoro el dolor, ver su rostro y escuchar de nuevo su voz es lo importante. Sigo corriendo hacía la puerta. Veo su delgada y graciosa silueta, demonios es tan hermosa… pero carajo se esta subiendo a una camioneta.

Peor aún la camioneta tiene los vidrios polarizados. Me detengo a unos pasos de la puerta que nos separa. Seguramente no me vio aunque no creo que un niño regordete, alto y solitario en una calle llena de padres de familia preocupados por sus hijos y el gasto que supone entrar a la escuela, sea muy difícil de ver.

Pero, algo si puedo asegurar de esta historia. No me equivoque, ella y yo quedamos en la misma escuela, de hecho todos los alumnos que hicieron el examen quedaron, incluso los que no tuvieron ningún acierto, incluso quienes presentaron el examen para otras escuelas y no tuvieron ningún acierto.

Pero no solo eso, también quedamos en el mismo salón. Y no solo eso, quedamos en el mismo equipo (solo una vez y por 10 minutos) y por supuesto su rostro era todavía más bello que su espalda, al igual que su voz al igual que esos dos luceros que eran los luceros que más luz he visto reflejar en mi vida.

Pero claro nuestra casa, lugar de felicidades y pecados… nunca fue la misma casa.

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