domingo

El Examen Del Poeta

Había una vez una escuela de poetas sonetistas.
Para entrar en la perfección, todos y cada uno de los futuros poetas eran llevados todas las noches a beber licor en terrazas al mar.
La ebriedad era musicalizada por dotados hombres de técnica sin igual que habían sido educados en conservatorios austrohúngaros durante, por lo menos 10 años.
Comida argentina y francesa para amenizar el ambiente.
Libros y poemas de culto sobre el porqué ser humano es ser un dolor insufrible.
Películas de mensajes surreales, irreales.
Todos juntos se reunían. Todos juntos conversaban puro en mano coñac en boca.
Había novios poetas, novias poetizas, esposos del verso y divorcios de la prosa.
Al terminar su ritual entraban destrozados y en llanto a sus habitaciones individuales. Se sentaban en sus cómodas sillas o en su cómoda alfombra a desenfundar su arma. Recorrían los túneles de su memoria para encontrar la rima perfecta, la más melódica, la más hábil forma de dibujar sus fantasías y su dolor.
Cuando terminaban, salían a la embriaguez nuevamente a presentar en sociedad sus nuevas hijas soneteras, adornadas por las palabras más raras y exóticas.
Se debatía cual era mejor, cual lenguaje más aventurero, cual más poeta.
Cuando alguno de ellos llegaba a los 20 sonetitos bien logrados era llamado maestro y se le atribuían cultos y festividades anuales. Los demás seguían siendo desconocidos de un culto menor que debían superar a estos.

Un día, de fuera de la escuela sonetista se armó un tumulto. Se sacudieron las paredes en medio del ritual de la embriaguez. La gente del pueblo quería entrar a embriagarse con ellos. Los alumnos y maestros repugnados de la música de aquellos ajenos, de sus bebidas, de sus costumbres dijeron no y dieron media vuelta.
La gente el ver la negativa hizo fiesta permanente justo enfrente de los aposentos de los poetas. Al perturbar su estado natural con música de baja categoría y gritos de infamia, ningún sonetista pudo hacer veinte soneteneros nunca más.
La escuela cerró.
El bello lenguaje murió.
Algunos renegados de la escuela, se unieron al pueblo a festejar con ellos, sus poemas cambiaron la belleza de antaño por las historias del pueblo que había migrado de norte a sur, del alba al ocaso.
Quienes aún recordaban sus días de escuela o habían huido a palacios a celebrar sus propios rituales a otros lados, escupieron en los poemas del pueblo, llamándolos la negación del lenguaje.
Los poetas del pueblo enseñaron a le enseñaron al pueblo a leer para poder crear entre ellos una nueva sociedad poeta y solo consiguieron una sonrisa y una nueva canción.
Los poetas del pueblo finalmente murieron. Fueron recordados por sus antiguos compañeros y sus maestros como herejes.
Pero el pueblo no los olvido, nunca olvido que fueron quienes les enseñaron a leer y les compartieron un poco de poesía.

1 comentario:

  1. Curioso, de repente me pierdo en los planos pues hay muchos, pero me agradó. Eres un chico raro, pero lo digo en buena onda, me gusta lo raro

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