“La llegada de un buen payaso al pueblo hace más por la salud de sus habitantes que 20 burros cargados de fármacos”
viernes
martes
Divagación de una espera.
I
Por ahí siguen
brillantes de humedad
castillos vacíos.
II
Mal espíritu
cierra el pico, crece
busca tu flor, ya.
III
Llanto por igual
sucumbe astro remedial
ausencia integral.
IV
Inexistente
ojos marfil, ojos tú
corazón final.
V
Construí castillos
llenos de ardiente sol
Ascua soledad.
VI
Mar y pozo son.
Luna, tierra y un sol.
Lejos de quien son
VII
Son un par café
brillantes de humedad
Flor, conmigo ven
VIII
Salada niebla
astutas ceguedades
por ahí siguen.
IX
La opción sufrir
dolor sin fin
alma en pena.
No hay razón
sin corazón
que destruir.
Misericordia, la hay.
Si, hay mas, sal:
Su/tú/mi muerte.
El dolor no viene de mi,
no es sonido en ilusión
siendo condenada realidad.
Es condenada realidad
volviéndose absurda ilusión
sacando dolor, viniendo de mi.
X
Llanto por igual
cierra el pico, crece.
Remedio sin final
Por ahí siguen
brillantes de humedad
castillos vacíos.
II
Mal espíritu
cierra el pico, crece
busca tu flor, ya.
III
Llanto por igual
sucumbe astro remedial
ausencia integral.
IV
Inexistente
ojos marfil, ojos tú
corazón final.
V
Construí castillos
llenos de ardiente sol
Ascua soledad.
VI
Mar y pozo son.
Luna, tierra y un sol.
Lejos de quien son
VII
Son un par café
brillantes de humedad
Flor, conmigo ven
VIII
Salada niebla
astutas ceguedades
por ahí siguen.
IX
La opción sufrir
dolor sin fin
alma en pena.
No hay razón
sin corazón
que destruir.
Misericordia, la hay.
Si, hay mas, sal:
Su/tú/mi muerte.
El dolor no viene de mi,
no es sonido en ilusión
siendo condenada realidad.
Es condenada realidad
volviéndose absurda ilusión
sacando dolor, viniendo de mi.
X
Llanto por igual
cierra el pico, crece.
Remedio sin final
Espero Haya Mas Allá
Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.
Fuente Palabra de Dios
miércoles
Un Suspiro
Solo queria llorar. No deseaba la vida ni mucho menos una oportunidad que no fuera la de poder llorar en el hombro de un cualquiera. Ese era el repetitivo pensamiento. Nada más. Nada más.
Si, había muerto su esposa, si había muerto tras una larga agonía desconocida por brujos y hombres de ciencia, si, si, solo sí… pero no, no podía hacer nada por ella, nadie podía. Entonces ¿Por qué aquellos días oscuros como solo él deseaba no podía sentir otro dolor que la culpa en su interior?
Aislado en una habitación de piedra muda, insensible al llanto de un hombre mediocre en su vida ¿Con quién iba a llorar si desde siempre y para siempre lo había hecho en el hombro de su esposa ahora hecha gusanos? Y sin embargo sentía algo.
No fue más que un susurro. No más que un aliento hecho al aire perfumado de una velada fúnebre. No más. Solo eso, una brisa de aire quizá. Pero no podía ser menos, no debía.
Anda que el hombre se ponía de pie. “¿A dónde vas?” pensaba una y otra vez “¿A dónde puedes ir ahora?” pero caminaba paso tras paso, gimiendo, buscando el origen del susurro.
“Ho… hola” decía, se decía. “Hay alguien a mi” ¿era una pregunta? Era su respuesta.
De nuevo el susurro.
Débil.
Profano.
“Ella se fue… debes saberlo” ¿a quién se lo dices idiota? No hay nadie. “Me… me… duele” ahora hablas el aire, con un suspiro que te inventas a ti mismo, que no existe, que nadie escucha.
Un golpecito en el hombro bastó para derribar un centenar de lágrimas de los ojos de aquel hombre.
Se voltea para abrazar la nada.
“La extraño” Vas de nuevo a sucumbir ante la locura que te provocas, mal, mal, muy mal. “Quiero estar con ella” Ahora crees que es todopoderoso y que cumplirá todos tus deseos porque das lástima… lástima.
“Te amo”
Y un susurro se convirtió en ráfaga y la habitación quedo completamente sorda, inexistente, inventada.
Si, había muerto su esposa, si había muerto tras una larga agonía desconocida por brujos y hombres de ciencia, si, si, solo sí… pero no, no podía hacer nada por ella, nadie podía. Entonces ¿Por qué aquellos días oscuros como solo él deseaba no podía sentir otro dolor que la culpa en su interior?
Aislado en una habitación de piedra muda, insensible al llanto de un hombre mediocre en su vida ¿Con quién iba a llorar si desde siempre y para siempre lo había hecho en el hombro de su esposa ahora hecha gusanos? Y sin embargo sentía algo.
No fue más que un susurro. No más que un aliento hecho al aire perfumado de una velada fúnebre. No más. Solo eso, una brisa de aire quizá. Pero no podía ser menos, no debía.
Anda que el hombre se ponía de pie. “¿A dónde vas?” pensaba una y otra vez “¿A dónde puedes ir ahora?” pero caminaba paso tras paso, gimiendo, buscando el origen del susurro.
“Ho… hola” decía, se decía. “Hay alguien a mi” ¿era una pregunta? Era su respuesta.
De nuevo el susurro.
Débil.
Profano.
“Ella se fue… debes saberlo” ¿a quién se lo dices idiota? No hay nadie. “Me… me… duele” ahora hablas el aire, con un suspiro que te inventas a ti mismo, que no existe, que nadie escucha.
Un golpecito en el hombro bastó para derribar un centenar de lágrimas de los ojos de aquel hombre.
Se voltea para abrazar la nada.
“La extraño” Vas de nuevo a sucumbir ante la locura que te provocas, mal, mal, muy mal. “Quiero estar con ella” Ahora crees que es todopoderoso y que cumplirá todos tus deseos porque das lástima… lástima.
“Te amo”
Y un susurro se convirtió en ráfaga y la habitación quedo completamente sorda, inexistente, inventada.
domingo
El Examen Del Poeta
Había una vez una escuela de poetas sonetistas.
Para entrar en la perfección, todos y cada uno de los futuros poetas eran llevados todas las noches a beber licor en terrazas al mar.
La ebriedad era musicalizada por dotados hombres de técnica sin igual que habían sido educados en conservatorios austrohúngaros durante, por lo menos 10 años.
Comida argentina y francesa para amenizar el ambiente.
Libros y poemas de culto sobre el porqué ser humano es ser un dolor insufrible.
Películas de mensajes surreales, irreales.
Todos juntos se reunían. Todos juntos conversaban puro en mano coñac en boca.
Había novios poetas, novias poetizas, esposos del verso y divorcios de la prosa.
Al terminar su ritual entraban destrozados y en llanto a sus habitaciones individuales. Se sentaban en sus cómodas sillas o en su cómoda alfombra a desenfundar su arma. Recorrían los túneles de su memoria para encontrar la rima perfecta, la más melódica, la más hábil forma de dibujar sus fantasías y su dolor.
Cuando terminaban, salían a la embriaguez nuevamente a presentar en sociedad sus nuevas hijas soneteras, adornadas por las palabras más raras y exóticas.
Se debatía cual era mejor, cual lenguaje más aventurero, cual más poeta.
Cuando alguno de ellos llegaba a los 20 sonetitos bien logrados era llamado maestro y se le atribuían cultos y festividades anuales. Los demás seguían siendo desconocidos de un culto menor que debían superar a estos.
Un día, de fuera de la escuela sonetista se armó un tumulto. Se sacudieron las paredes en medio del ritual de la embriaguez. La gente del pueblo quería entrar a embriagarse con ellos. Los alumnos y maestros repugnados de la música de aquellos ajenos, de sus bebidas, de sus costumbres dijeron no y dieron media vuelta.
La gente el ver la negativa hizo fiesta permanente justo enfrente de los aposentos de los poetas. Al perturbar su estado natural con música de baja categoría y gritos de infamia, ningún sonetista pudo hacer veinte soneteneros nunca más.
La escuela cerró.
El bello lenguaje murió.
Algunos renegados de la escuela, se unieron al pueblo a festejar con ellos, sus poemas cambiaron la belleza de antaño por las historias del pueblo que había migrado de norte a sur, del alba al ocaso.
Quienes aún recordaban sus días de escuela o habían huido a palacios a celebrar sus propios rituales a otros lados, escupieron en los poemas del pueblo, llamándolos la negación del lenguaje.
Los poetas del pueblo enseñaron a le enseñaron al pueblo a leer para poder crear entre ellos una nueva sociedad poeta y solo consiguieron una sonrisa y una nueva canción.
Los poetas del pueblo finalmente murieron. Fueron recordados por sus antiguos compañeros y sus maestros como herejes.
Pero el pueblo no los olvido, nunca olvido que fueron quienes les enseñaron a leer y les compartieron un poco de poesía.
Para entrar en la perfección, todos y cada uno de los futuros poetas eran llevados todas las noches a beber licor en terrazas al mar.
La ebriedad era musicalizada por dotados hombres de técnica sin igual que habían sido educados en conservatorios austrohúngaros durante, por lo menos 10 años.
Comida argentina y francesa para amenizar el ambiente.
Libros y poemas de culto sobre el porqué ser humano es ser un dolor insufrible.
Películas de mensajes surreales, irreales.
Todos juntos se reunían. Todos juntos conversaban puro en mano coñac en boca.
Había novios poetas, novias poetizas, esposos del verso y divorcios de la prosa.
Al terminar su ritual entraban destrozados y en llanto a sus habitaciones individuales. Se sentaban en sus cómodas sillas o en su cómoda alfombra a desenfundar su arma. Recorrían los túneles de su memoria para encontrar la rima perfecta, la más melódica, la más hábil forma de dibujar sus fantasías y su dolor.
Cuando terminaban, salían a la embriaguez nuevamente a presentar en sociedad sus nuevas hijas soneteras, adornadas por las palabras más raras y exóticas.
Se debatía cual era mejor, cual lenguaje más aventurero, cual más poeta.
Cuando alguno de ellos llegaba a los 20 sonetitos bien logrados era llamado maestro y se le atribuían cultos y festividades anuales. Los demás seguían siendo desconocidos de un culto menor que debían superar a estos.
Un día, de fuera de la escuela sonetista se armó un tumulto. Se sacudieron las paredes en medio del ritual de la embriaguez. La gente del pueblo quería entrar a embriagarse con ellos. Los alumnos y maestros repugnados de la música de aquellos ajenos, de sus bebidas, de sus costumbres dijeron no y dieron media vuelta.
La gente el ver la negativa hizo fiesta permanente justo enfrente de los aposentos de los poetas. Al perturbar su estado natural con música de baja categoría y gritos de infamia, ningún sonetista pudo hacer veinte soneteneros nunca más.
La escuela cerró.
El bello lenguaje murió.
Algunos renegados de la escuela, se unieron al pueblo a festejar con ellos, sus poemas cambiaron la belleza de antaño por las historias del pueblo que había migrado de norte a sur, del alba al ocaso.
Quienes aún recordaban sus días de escuela o habían huido a palacios a celebrar sus propios rituales a otros lados, escupieron en los poemas del pueblo, llamándolos la negación del lenguaje.
Los poetas del pueblo enseñaron a le enseñaron al pueblo a leer para poder crear entre ellos una nueva sociedad poeta y solo consiguieron una sonrisa y una nueva canción.
Los poetas del pueblo finalmente murieron. Fueron recordados por sus antiguos compañeros y sus maestros como herejes.
Pero el pueblo no los olvido, nunca olvido que fueron quienes les enseñaron a leer y les compartieron un poco de poesía.
sábado
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